Por: Ana María Aguilera Luque, profesora del Centro de Innovación y Emprendimiento de la Escuela de Negocios del Tecnológico de Monterrey.
La investigación y la enseñanza del emprendimiento son actividades clave para el desarrollo de cualquier sociedad, pues impulsan la creación de nuevo tejido empresarial innovador. Así, la disciplina del Emprendimiento ha crecido hasta lograr su propia identidad dentro de los Estudios de la Empresa.
Es un campo de conocimiento que se incorpora a la oferta educativa como carrera universitaria, con el objetivo de profesionalizar el acto de emprender y fomentar la creación de iniciativas sustentables y de calidad.
Al Emprendimiento le interesa el funcionamiento del cerebro, de la mente y de cómo se relacionan estos con la conducta emprendedora. Pensamientos, motivaciones, asunción de riesgos, manejo de la incertidumbre, percepción de oportunidades, intenciones emprendedoras o el proceso mental que lleva de la intención a la conducta son algunos de sus objetos de estudio.
Estos objetos se han abordado empleando, mayoritariamente, métodos de observación y sondeo, es decir, desde un nivel consciente que deja la puerta abierta a que el sujeto introduzca sesgos en sus respuestas. Sin embargo, a nivel inconsciente ocurren fenómenos que influyen, y mucho, en la conducta.
Trabajando en los niveles anatómico y fisiológico se obtienen datos más objetivos que amplían la comprensión del comportamiento humano evitando sesgos cognitivos. Con este propósito, el Emprendimiento amplía su foco e incorpora la neurociencia a su ámbito investigador.
La neurociencia del emprendimiento, o neuroemprendimiento, analiza la fisiología del comportamiento emprendedor. Primero, intenta averiguar si el cerebro de una persona emprendedora se distingue morfológicamente del de otra que no lo es. Segundo, busca predecir el comportamiento, anticiparse a las acciones futuras del emprendedor observando lo que ocurre previamente en su cerebro. Algunos de sus campos de estudio son la toma de decisiones, la emoción, la intuición y la intención.
Estudios de neurociencia han identificado los circuitos de recompensa y las redes que se activan cuando se decide algo en condiciones de riesgo e incertidumbre. Esas activaciones se producen antes, incluso segundos antes de que la persona tome conciencia de su elección.
Podría decirse que nuestro cerebro “decide” antes de que seamos capaces de manifestar nuestras elecciones y el neuroemprendimiento podría predecirlo.
La conducta emprendedora está envuelta de ambigüedad que afecta a la emocionalidad de la persona. Esas emociones tienen componentes conscientes e inconscientes. Los conscientes se evalúan con los métodos tradicionales de estudio de las ciencias sociales, mientras que para los inconscientes la neurociencia ofrece nuevos métodos que incrementan el rigor de la disciplina y la distancian de posturas pseudocientíficas.
Por su parte, la intuición se relaciona con la exploración de nuevas oportunidades en el ámbito empresarial. Es una respuesta mental compleja que combina elementos automáticos y racionales, activando redes neuronales específicas.
De este modo, sabemos que los circuitos que se activan al explorar nuevas oportunidades son distintos a los que se activan cuando alguien explota opciones ya existentes. Esta información sirve, por ejemplo, para mejorar el desarrollo de la teoría de la ambidextría organizacional, así como, para diseñar programas de entrenamiento de la intuición con una buena base científica.
La intención junto a la actitud y a la autoeficacia conforma una tríada de factores que predice bastante bien la conducta emprendedora. La neurociencia busca identificar la intención tan pronto como sea posible, averiguar qué hay antes de ella, predecirla y dirigirla.
La Psicología afirma que las conductas planificadas, como el emprendimiento, se producen a un nivel consciente, sin embargo, la Neurociencia sostiene que es posible detectar la intención antes de que el sujeto tome conciencia.
En cuanto a la actitud, que está influenciada por los valores, creencias y prejuicios de la persona, el neuroemprendimiento puede ayudarnos a entender cómo se manifiestan esos prejuicios y sesgos cognitivos cuando una persona está analizando un nuevo estímulo, por ejemplo, cuando está valorando alguna oportunidad para emprender.
Por último, y no menos importante, el neuroemprendimiento también puede aportar al ámbito de la neurodiversidad. Ciertas neurodiversidades, como el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) o el autismo de alto desempeño (TEA), suponen una ventaja para el emprendimiento más que un inconveniente.
Algunas de las características cognitivas y conductuales propias de estas personas les otorgan ventajas para emprender y desempeñar ciertos trabajos. Tal es el caso de la atención a los detalles, la persistencia en el logro de objetivos, o una mirada diferente para detectar oportunidades. Desde el neuroemprendimiento se pueden abrir nuevas vías a la inclusión y la empleabilidad de personas neurodiversas, quienes en el emprendimiento pueden encontrar una manera de desarrollarse con plenitud. Así, puede ayudar en la creación de programas educativos adaptados a un entorno cada vez más diverso, en programas de mentoría para emprendedores diversos o en la capacitación de docentes para atender a este alumnado adecuadamente.
Vemos cómo la neurociencia del emprendimiento puede abonar a un mejor entendimiento de la conducta emprendedora desde muchos ángulos, si bien, este comportamiento no puede ser explicado sólo mediante estudios neurocientíficos.
El humano es mucho más complejo que su cerebro, por lo que triangular información obtenida desde las distintas metodologías y campos de investigación es la vía para alcanzar una comprensión integral de la conducta emprendedora.
Artículo escrito con la colaboración de Sherlyn Quetzal López y Luis Enrique Jiménez Trejo.